EL CAMINO DEL CAFÉ

Una Novela de Jorge R Ortiz.

CAPITULO 1

 

“Lo poco que recuerdo”

 

Todavía recuerdo a mi madre en la lejanía de mi conciencia diciéndome dulcemente “Mi niño Matías”, tú no serás como tu padre, tú llegarás a ser una gran persona, serás un hombre importante, siempre estaré orgullosa de ti, serás el soporte de esta familia, algún día nos sacaras adelante... 

 

Allí me encontraba yo, Don Matías de la Cruz Blanco, frente a cientos (al menos me lo parecía) de cámaras de televisión, rodeado de la policía, esposado y presentándome ante todo el mundo como el mayor narcotraficante que el mundo haya conocido jamás, capturado y condenado de por vida, sin futuro (o un futuro muy claro en la sombra de una celda hasta el final de mis días). Solamente una frase retumbaba en mi cabeza al mirar a toda esa gente, y era “gracias por todo”. 

Pongo a Dios como testigo que ni poder ni gloria ni mis miles de millones de dólares me han salvado de estas desgracias, no soy nada y no soy nadie, he matado a miles con solo mis órdenes, he causado dolor, destrozado familias, matado niños con mi polvo mortal, he destrozado el mundo, y me he creído Dios, lleno de poder y de gloria; Pero nada de esto me sirve ahora, soy un bufón de los medios, soy el mayor triunfo de los Estados Unidos, soy el ejemplo que no se debe seguir, soy el mal en persona, soy...soy...(Pero no siempre fui así.) 

Soy hijo de una familia muy pobre, el primero de ocho hermanos, mi madre María Blanco Junín, ama de casa, mi padre Julio de la Cruz Santos, jornalero, y yo Matías, en honor a mi abuelo materno, y en reconocimiento a una promesa a San Matías hecha por mi madre cuando se le complicó el embarazo que me trajo a este mundo cruel (hubiese valido mejor no hacer esa promesa y librarme de haber venido). Aún recuerdo vagamente a mi padre, pues nos abandono muy pronto, recuerdo en las mañanas tomar su café en agua caliente con una pieza de pan duro (luego me enteré que el pan de 2 días en la tienda costaba la mitad), y besarnos en la frente con su célebre frase, “Hay que trabajar en la mañana para poder comer por la noche.”, Recuerdo los cumpleaños, y nuestro gran regalo, un huevo duro, el cual era un manjar para nosotros los niños, el día de nuestro onomástico. Yo pensaba en esa época “algún día tendré tanto pero tanto dinero que podré comer huevos todos los días, y además podré comprar huevos para mi mamá y mis hermanos”, pues ese momento era el más feliz de nuestros infantes días. 

Recuerdo la enfermedad de mi viejo, tenía solo doce años; la postración de mi madre, la soledad en que nos dejó, la pobreza y el anonimato; Si antes éramos nadie, ahora éramos nada. 

Mi madre donó a mi padre a la ciencia, decía que de esa manera comeríamos por lo menos un mes; que no tendríamos tumba que visitar, pero al menos nuestros estómagos recordarían por siempre con cariño a nuestro progenitor. 

Recuerdo a nuestros famosos tíos, cada varios meses, aparecían del extranjero, que según mi madre eran de Estados Unidos, lo curioso es que eran rubios, y casi no hablaban español, sólo venían unas cuantas horas, se metían a la habitación con mi Madre, y ella salía con un sobre y nos comentaba con mucha alegría (aunque una alegría extraña, ya que además de su sonrisa, lagrimas brotaban de sus ojos sin parar…), que uno de mis hermanos iría con “mis tíos” a vivir a los Estados Unidos… Así poco a poco me quedé sin hermanos (yo pensaba en realidad que mis hermanos estarían felices aprendiendo inglés, lo cierto es que nunca les volví a ver.), otra cosa curiosa es que después de la visita de mis famosos parientes, siempre comíamos 4 meses bastante bien. Y así fue hasta que quedé solamente yo. 

Recuerdo a Don Honorato, el hombre importante del pueblo, Un hombre extraño, sobre los 60 años; visitando a mi viuda madre, la cual contaba con sólo 29 años, piel morena, exuberante y llena de vida, recuerdo gemidos extraños en la puerta de la que antes fue la habitación de mi padre, y a Don Honorato con muchos regalos para todos los que íbamos quedando, especialmente huevos duros. Me parece ayer el día en que escuché la última conversación pegando la oreja a la puerta como era mi costumbre, donde Don Honorato increpaba a mi Madre, diciéndole: “María, Creo que Matías nos puede servir en el campo, ya tiene 14 años, y creo que es tiempo que trabaje para que te mantenga, es hora que se haga hombre, y como hijo mayor debería tomar el cargo que Don Julio (Siempre se refería a mi padre como Don, aunque nadie lo había hecho nunca) ha dejado libre, creo que es su responsabilidad.” 

Y así fue cuando salí de mi casa, a ganar el sustento para los míos, tenía tantas ganas, de abrazar al mundo, de ser alguien importante, de darle todo a mi familia, pero tantas ganas… 

Empecé de Jornalero en la hacienda de café de Don Honorato, pero yo en agradecimiento a los cuidados que daba a mi madre, trataba de compensarlo poniendo todo de mí, en el trabajo, poco a poco fui demostrando mi valía hasta que decidió nombrarme capataz de una cuadrilla entera. Tenía 40 jornaleros a mi cargo, era temido y respetado por mi determinación en asuntos de trabajo, cada vez que decía algo, se tenía que cumplir, no había vuelta atrás a pesar de mi corta edad, es por esto que a mis 17 años, me convertí en el brazo derecho de Don Honorato, y contaba con el cien por ciento de su confianza para todos los asuntos, Yo me encariñé mucho con el, y el conmigo, pues no tenía hijos varones, y me parecía que me trataba como a tal. Yo también aprendí a quererle y en mi mente siempre estuvo el sentimiento de jamás traicionarle, pues era quien se había hecho cargo de mi familia y mis hermanos cuando mi padre falleció. 

“Don Matías, perdone…” escuché el sonido más dulce que había oído en mi vida, además que casi nadie me llamaba “DON” (aún). Me giré lentamente y estaba allí, parada frente a mí, con un vestido que en realidad no recuerdo su color, pues lo único que miraba era el verde de sus ojos y como su cabello color de atardecer, danzaba al compás del viento, su blancura parecía relucir con el sol, de cierta forma me recordaba una esfinge, la cual había mirado en una foto de un viejo y arrugado “national lleografic” que mi Padre alguna vez se encontró en la basura y llevo a casa, esa revista constituía el total de nuestra biblioteca y nuestro único material de lectura (si hubiésemos sabido leer, en realidad sólo miraba las fotos una y otra vez antes de dormir, soñando con algún día salir de este pueblo y conocer el mundo), El título no lo recuerdo porque no sabía leer, pero nuestro padre decía que era algo sobre “lucsor” y la ciudad de los faraones…, allí se mostraba una de las construcciones en forma de esfinge con cuerpo de mujer como la más perfecta realizada por el ser humano, y eso es lo que era ella, “PERFECTA”; Era Soledad, la única hija de Don Honorato, su madre había muerto al parirla, y su padre jamás se recuperó, al menos hasta conocer a mi Madre (y aún así nunca lo hizo oficial, es decir mi Madre era “su amante fija”).  

Soledad tenía 15 años recién cumplidos, pero era una mujercita en toda la expresión de la palabra, y era el ser más precioso sobre la faz de la tierra, que diferentes éramos, yo tosco, ella delicada, yo bruto y campesino, ella inteligente y refinada, cambiaba mi manera de mirar el mundo, pues ante su imagen, todo desaparecía ante mí, parecía que se me hundía la tierra, mi corazón galopaba a toda máquina y no podía hacer otra cosa que mirar el esmeralda de sus ojos. 

Soledad: “Hola…”, “Perdone…” 

Matías: (…) 

Soledad: “Hola, hola…” 

Matías: (…) 

Me había quedado totalmente absorto, de pronto reaccioné. 

Matías: “Dígame Señorita, como puedo servirle (es lo que único que se me ocurrió decirle) 

Soledad: “Mire lo que ocurre es que el caballo que suelo montar, está cojeando de una pata, y usted como sabe de animales, a lo mejor podría revisarlo” 

Volví a la realidad, entonces, claro, de que más puedo saber yo, si no es de cosas de campesinos…o de animales o del campo, sentí un poco de tristeza, no me sentí a la altura, no obstante con tal de pasar tiempo con ella accedí a ir a los establos y revisar al pobre animal. 

Llegamos al establo y el calor era realmente sofocante, era medio día, y el sudor hacía que se me pegara la ropa, una vez allí, encontramos al pobre animal echado sobre un costado y respirando agitadamente, traté de incorporarlo pero no fue posible… Pregunté a Soledad que había ocurrido, me contó que el día anterior estaban montando tranquilamente cuando el animal se alzó en dos patas, dio un relinche muy agudo, y a partir de ese momento empezó a cojear. 

Revisé su pata y tenía una especie de marca, automáticamente me di cuenta del signo inequívoco que era la mordida de una serpiente (Si algo sabíamos del campo, es que la mordedura de una víbora te manda bajo tierra en 2 días). El animal no había tropezado, estaba envenenado... (Como hacía yo entonces para decirle que no se levantaría más, era su caballo preferido…, El que había regalado Don Honorato desde muy niña, y en el que había aprendido a montar). 

Matías: “Srta., Su caballo ha tropezado, es mejor que lo llevemos al establo general donde hace menos calor para que se recupere” (yo sabía que eso no iba a ocurrir.) 

Soledad: “Pero no entiendo, parece que está peor que ayer… No entiendo….” 

Matías: “Tranquila, no le pasa nada” (Esa fue la primera mentira, no tuve el valor de enfrentarla con la muerte, sentía algo que me obligaba a protegerla de cualquier cosa que pudiese dañarla…) 

Soledad: “Por favor Don Matías, he tenido este caballo desde niña y no quiero que le pase nada”. 

Matías: “No se preocupe, ahora mismo llamo a los muchachos para que traigan una carreta y lo llevemos, usted vaya a descansar a casa, que este sol no es bueno para nadie.” 

Enseguida mandé a llamar a algunos trabajadores, y les pedí que trajeran “el Ferrari” (era una costumbre nuestra el poner nombre de autos de carreras a nuestras pobres carretas…) 

Así pues, Soledad acaricio la crin del caballo con mucha ternura. (Cuanto me hubiera gustado ser yo el enfermo y que acariciara de esa forma mi cabeza…gustoso hubiera soportado la mordida de una víbora aunque luego me quedaran 2 días, pensaba que hubiesen sido los 2 días más felices de mi vida, y más vale una vida tan efímera en tiempo de mucha felicidad, a una larga llena de angustias y tropiezos.) 

Se alejó hacia la casa, mirando varias veces hacia atrás, creo que de alguna manera ella intuía que no volvería a ver jamás al pobre animal, pero de alguna manera confiaba en mi palabra, así que no sabía que era lo que iba a hacer. 

Era de noche, estaba en la casa que Don Honorato había dispuesto para mi y mi madre, la cama era dura, (Mi madre tenía la idea que una cama dura, te ayudaba a fortalecer la paciencia, el ánimo, y que te hacía más hombre con el tiempo, aunque para mí, lo único que conseguías era dolor de cabeza y dolor de espaldas, me parecía una ridiculez, pero en fin que le vamos a hacer, es mi madre!), y mi cabeza no paraba de pensar en el caballo, solo se escuchaba el sonido de los grillos que no me dejaban dormir,… de repente!!!!! Me levante de un salto de la cama, según yo, tenía la solución! Iría esa noche al establo, y lo solucionaría. 

Serían como la 1 de la mañana, recuerdo el frío de la noche, salí de mi casa de capataz (donde vivía con mi Madre), muy sigilosamente, me puse un pañuelo tapándome la cara (seguramente me creía el llanero solitario, el canal de televisión que llegaba al pueblo siempre ponía películas de “guesterns” y era mi héroe favorito, cada vez que iba al pueblo pasaba por la tienda de televisiones, y estaba este personaje en las pantallas redondas (no cuadradas como ahora) acompañado de un indio regordete al que llamaban “toro”., Recuerdo cuando salí y miré la luna, que por alguna extraña razón, se veía verde como los ojos de Soledad, otra vez empecé a pensar en ella mientras me dirigía al establo, el tiempo voló para mí, pero tardé como 1 hora en llegar, fui caminando por la ensenada, pues no quería levantar ninguna sospecha con los guardianes, quería que nadie notara mi presencia. 

Llegué finalmente, estaba frente a la gran puerta de madera y titubié un poco, lo que se me había ocurrido era matar (bueno, podemos decir, dormir, suena más fino…) al caballo de Soledad, enterrarlo, soltar a los demás, y por la mañana, denunciar un robo de todos los caballos… (Solución absurda que ahora miro impensable, pero en esa época solo una cosa me pasaba por la mente:  “pasara lo que pasara, no podía quedar mal con Soledad”, por lo menos de esta manera ella siempre pensaría, que yo no lo mentí, y que su caballo, al menos está vivo en alguna otra hacienda…)

Cuando entré al establo, el animal ya había muerto…, es allí cuando tomé mi primera dedición equivocada, de muchas que vendrán luego, tenía que haber retrocedido y decirle la verdad a Soledad, pero algo dentro de mí tan fuerte y poderoso no me permitía hacerlo, era un peso que me clavaba en la tierra, era algo que no me dejaba pensar con claridad, todo era verde, todo era verde... 

Que poderosa me parecía la fuerza del amor, esa palabra que nos hace soñar y lograr lo imposible, (Años después con más experiencia, deduje para mi mismo, que el amor no existe… Que el amor es sinónimo de “encoñamiento” y sexo, nada más, y que si el mismo existiese, solamente nos enamoraríamos una vez en la vida, pero no es así, en cuanto unas buenas piernas pasan por enfrente… MILAGRO! Estas enamorado…), Cuanto pesaba el maldito desgraciado, parecía que había comido piedras en lugar de heno, no dejaba de insultarle (Aunque luego me pareció una canallada insultar a un muerto); apenas podía arrastrarlo con la ayuda de una yegua que al saber que arrastraba a uno de los suyos, me miraba trémula y nerviosa y no dejaba de mirar hacia abajo. 

En ese momento pensé: “Ahora entiendo porque las cajas de los muertos se llevan entre cuatro, no hay quien cargue con todas las culpas de un solo hombre en el momento de llevarlo a su última morada…, Imaginé que el caballo también tendría que haber sido muy malo, y que merecía estar muerto, por pesar tanto ya cadáver… O es que el alma no pesa…, O es que…” 

“¿bah? Mejor terminemos esto, que ya son las 3:30” me dije a mi mismo. 

“¿Cómo?, las 3:30!” 

Y yo a que hora cavo el agujero………¿?¿?¿?¿? 

“¿Quien Viveeeeeeeeeeee!!!!!?” 

Sentí una voz grave y poderosa a unos 30 metros de distancia, era uno de los guardianes de la hacienda, me apuntaba con su rifle a la cabeza, sentía un picor muy intenso en la frente, como si el arma la tuviese a quemarropa… (Es extraño el poder de las armas, aún estando lejos sientes sus balas dentro de ti, inclusive sin disparar…,No sabes el poder que siente un hombre, al empuñarla, creo que es lo más cercano a ser Dios, pues sabes que en tu mano esta la vida de la otra persona, tu decides si vive, o si muere, solamente tu…) 

“Soy Matías”, repliqué… (Con tono firme). Aunque en mi cabeza barajaba miles de excusas racionales a la situación y todavía no tenía ninguna buena. 

Cosme uno de mis ayudantes favoritos bajó el arma, se restregó los ojos y yo inmediatamente me quité el seudo antifaz, Se acercó a mi lentamente como sorprendido (Yo estaría igual si a las 3:30 de la mañana se me aparece un cristiano, con una yegua, cargando un caballo muerto y con un antifaz del llanero solitario…) 

Cosme: “Don Matías, buenos días, ¿Qué pasó? ¿Se encuentra bien?”. Y el pobre hombre con tal de no incomodarme, no hacía ninguna mención o relación a la yegua o al caballo, aunque me miraba con un aire de extrañeza. 

Matías: “Buenos Días”, “Necesito que me ayude a cavar un agujer…” 

Don Honorato: “¿QUE PASA AQUÍ!!!?” 

Al escuchar la voz del viejo, todo pasó por mi mente, de pronto vi como se alejaba Soledad como arrastrada por un tren, y se iba haciendo pequeñita, pero muy pequeñita… Escucha un silbido alejándose a toda velocidad hasta desaparecer ante mis ojos, la luna cambió súbitamente de verde a blanca, y vi como el caballo muerto giraba su cabeza y lo sentía dispuesto a hablar con Don Honorato y decirle que yo lo había matado… 

Matías: (…) 

Don Honorato: “Matías… ¿Qué pasa? ¿Qué haces aquí? ¿Y ese caballo? 

Don Honorato: “Por favor hijo! Contesta!” “¿Qué ha pasado?” 

¿Hijo?, era la primera vez que me llamaba así, de pronto volví a la realidad. 

Matías: “Don Honorato, perdone, lo que ocurre es que...” 

Narre a Don Honorato la historia del caballo de Soledad, claro que omití varios pequeños detalles y cambié un poco la historia… El caballo había muerto esa tarde, y mi plan era enterrarlo para que Soledad no lo encontrara así en la mañana y evitarle sufrimientos. 

El viejo se lo tragó todo y además gané muchos puntos con él, ahora si era su predilecto, había tratado de evitar sufrimientos a su hija, su tesoro más preciado.


Me pidió que lo acompañara a casa a “desayunar”, que había salido antes del alba, porque le gustaba “vigilar a los vigilantes”, cada cierto tiempo lo hacía para ver si dormían en lugar de trabajar, el tema de conversación fue Soledad, y todo lo que me decía era sobre su ilusión de que “un extranjero” se case algún día con ella y la saque del pueblo, las finanzas no iban muy bien para la hacienda, y las cosechas de café se vendían cada vez a peor precio, me comentaba que si la situación no cambiaba, tendría que vender la hacienda, que ahora la moda era cultivar una plantita verde a la que llamaban COCA, y que el sabía lo que era, y por sus principios jamás la cultivaría.

Al escuchar “un extranjero”, mi rostro cambió, a lo que creo Don Honorato se dio cuenta enseguida de mis sentimientos hacia Soledad, sin embargo sonrió (Imagino que habrá pensado.. cosas de niños.)